SOS de un emblema en el corazón de Jerez

SOS de un emblema en el corazón de Jerez

En una angosta calle céntrica Jerezana, junto a la Biblioteca Municipal de Jerez, un viejo edificio agoniza ante la impávida mirada de todos. En su interior se formaron varias generaciones de músicos jerezanos y fue el centro de la actividad musical de finales del siglo pasado en esta localidad.

Pero la historia de este edificio se remonta en el tiempo muchos años atrás, cuando vio nacer y crecer a un personaje que el tiempo situaría en primera línea de la escena política y militar de la España de principios del siglo XX, el Teniente General y posterior Presidente del órgano que dirigió España tras el pronunciamiento militar de 1923, el antaño azote del caciquismo español y hoy repudiado I Marqués de Estella, Don Miguel Primo de Rivera y Orbaneja.

Y quien sabe si este hecho, en lugar de ser integrado como parte de un pasado que tenemos que mirar y juzgar en su contexto histórico, podría haberse convertido en inevitable estigma y sentencia de muerte en estos momentos excepcionales en los que vivimos, donde el bajo perfil y escasa altura política de la clase dirigente nos obliga a aceptar resignadamente una cruda realidad en la que España esta regida por una mediocridad absoluta y brutal. Una España tiranizada por el autoritarismo del progresismo populista. Y un consistorio que provoca la vergüenza ajena como ningún otro.

Agentes de la Policía local entran en las ruinas del viejo Conservatorio

Hace tres años la Policía local entró casualmente en lo que aún queda de aquel edificio según informó la prensa local.  La imagen de aquel registro impactaría a cualquiera que hubiera conocido el edificio en aquella etapa en la que se convirtió en una suerte de monte Parnaso, en el sentido Debussiano, en el mismo centro histórico de Jerez. Ver aquel patio cubierto de malas hierbas, aquel recibidor de techos altos y frisos de cerámica andaluza donde siempre había un par de ejemplares de Scherzo, que daba acceso a una sombría secretaría donde un perenne secretario, siempre con camisa blanca y corbata, daba las buenas a todo el que allí quería formarse, o informarse. Aquella imagen era un puro clamor.

En aquel Conservatorio coincidieron grandes profesionales docentes que acercaron la música a una nueva generación joven, dinámica y emergente. Esa generación fue pasando por todas y cada una de aquellas estancias cubiertas de solería de época y con paredes acolchadas. Pianos blancos inolvidables, pianos de gran cola y teclas de marfil, pianos de madera noble, reservados para Directores carismáticos que ocuparon aquel despacho doblemente abalconado, desde el que hoy se ve un “Ave Maria, Gratia Plena” atravesado por perpetuas humedades que caen por una fachada que parece estar mudando la piel. Hasta las caballerizas de aquella hermosa casa palaciega sirvieron para los concurridos ensayos de Canto Coral.

Atrás quedarían otros tiempos, siempre mejores, que dieron paso a un perpetuo letargo que implora hoy, más que nunca, una rápida e inmediata atención por parte del propietario legal del inmueble, que no es otro que el propio consistorio jerezano.

Muchos querrían adquirirlo y rehabilitarlo, pero al igual que el perro del hortelano, la consigna es la de seguir castigando a un símbolo, abocándolo a la ignorancia y a un abandono flagrante y negligente.

Por supuesto, la variedad de posibles usos a los que se puede atender con el fin de devolver a la vida estas estancias debe ser enorme,  y probablemente haya una perentoria necesidad de disponer de un espacio con una ubicación tan privilegiada. Pero seguramente no podrían esconder esa placa que recibe a todo el que entra, con escrutiñadora mirada leonina.

 

Presa de su escondido emplazamiento, apartado de la mirada del visitante de a pie que visita el casco antiguo, su céntrica tranquilidad se ha convertido en una espada de Damocles que amenaza permanentemente con el olvido absoluto y el derrumbe final. Convirtiéndose a su vez, en espada de todo aquel transeunte que recorre la calle San Cristobal apartándose al pasar por su pórtico, por si acaso alguna cornisa decide su inmolación por aburrimiento extremo. 

Esperemos que al igual que el Olmo de Machado, pronto aparezca nueva sabia que haga brotar de este lugar nuevas y estimulantes actividades. Y que la memoria histórica colectiva, pero tristemente selectiva, no entierre en el más absoluto olvido el lugar del que un día brotaron las notas y acordes que una vez hicieron vibrar el corazón de los jerezanos al pasar por la calle San Cristobal.